La pregunta es: ¿por qué cuando un apneísta baja a más de 50 metros de profundidad no es aplastado por la presión? En la década de los 50 los médicos fisiólogos creían que si descendía a más de esta profundidad cualquier organismo sería aplastado o estallaría.

Pero el 15 de agosto de 1961 Enzo Maiorca pasó de los -50 metros y no fue aplastado, regresó a la superficie de ileso. En ese momento parecía inexplicable y se añadió el hito de Maiorca a factores genéticos y entrenamiento progresivo. La clave es evidente que una parte se debe a la genética y el entrenamiento, pero el quit de la cuestión radica en la bradicardia y el llamado blood shift o transferencia de sangre.

El blood shift es un proceso estudiado, teorizado y descrito por el fisiólogo de la marina estadounidense Karl Shaefer en el año 1968 y la explicación es simple. A nivel del mar, la presión atmosférica es de 1 bar; Al disminuir la presión hidrostática aumenta 1 bar cada 10 metros, por lo tanto, a 20 metros tendremos 3 bar; a 30 metros, 4 bar; y 100 metros, 11 bar. La presión actúa a todo el organismo, pero lo más interesante es cómo actúa en los pulmones. El aire que contiene, aumentando la presión, se reduce progresivamente en volumen por la ley de Boyle. A 100 metros, el aire contenido en los pulmones ocupará 1/11 del volumen inicial y los mismos pulmones son 11 veces más pequeños que en la superficie. El problema radica en que el espacio que se ha vuelto libre no puede continuar vacío porque entonces implosionaría.

¿Qué hace que no implosione? Pués la sangre llena el espacio libre de los pulmones. Como la sangre es líquida no es compresible, no se puede comprimir, y esto permite que el organismo se adapte sin llegar a la implosión. Pero el blood shift no es un fenómeno pasivo, sinó que permite que órganos importantes como el corazón y el cerebro obtengan más oxígeno, en detrimento de los tejidos y órganos más periféricos, que permanecerán en hipoxia.

En 1974, el atleta especialista en apnea Jacques Mayol se sometió a un experimento. Se le introdujo un catéter a través del codo a la vena cava superior. Esto permitió a los médicos medir la presión venosa intratorácica a 60 y 40 metros de profundidad. Luego constataron que la sangre contenida en el tórax durante la inmersión aumentó, pasando de 1 L a 2.2 L.

Fuente: Pelizzari, U., & Tovaglieri, S. (2005). Curso de apnea (1a ed.). Badalona: Editorial Paidotribo.